El hombre es un
animal, primeramente; y, en segundo lugar, el hombre es un animal raro, de
especie única.
Es verdad que los
poetas han exaltado a menudo los sentimientos humanos con lenguaje maravilloso.
Sin embargo, yo conozco algunos perros cuyos sentimientos me parecen más bellos
y más profundos que los de muchos hombres.
Biológicamente, el
hombre no tendría derecho a la existencia. Hace tiempo debiera haberse
extinguido, como otras especies animales mal dotadas.
No cabe hablar de
extinción de la raza humana. Lo que se teme más bien es que se multiplique con
exceso.
El hombre, con toda
su debilidad, posee un arma terrible: la inteligencia.
Ostenta una serie
de cualidades completamente particulares. Las más notables son las cinco
siguientes: la técnica, la tradición, el progreso, la capacidad de pensar de
modo totalmente distinto que los otros animales y, finalmente, la reflexión.
Mientras que los
otros animales transmiten rígidamente su saber de generación en generación,
entre nosotros una generación sabe o, por lo menos, puede saber más que la
precedente. Biológicamente, casi no nos diferenciamos de los antiguos griegos,
pero sabemos incomparablemente más que ellos.
El hombre no mira,
como parecen hacerlo todos los animales, exclusivamente el mundo exterior.
Puede pensar en sí mismo, se pregunta por el sentido de su propia vida. También
parece ser el único animal que tiene clara conciencia de que ha de morir.
A esta cuestión se
le dan distintas respuestas. La más antigua y más sencilla consiste simplemente
en negar que haya en el hombre algo más que cuerpo y movimientos mecánicos de
lo corporal. Es la solución del materialismo riguroso.
Aparte este
materialismo extremo, hay otro moderado según el cual existe ciertamente la
conciencia, pero ésta es función del cuerpo.
El hombre se crea
constantemente nuevas necesidades y jamás está satisfecho. Una invención
completamente especial del hombre es el dinero, del que no tiene nunca
bastante. Parece como si, por esencia, estuviera destinado a un progreso
infinito y como si sólo lo infinito pudiera satisfacerle.
La necesidad de
infinito se satisface identificándose el hombre con algo más amplio que él
mismo, sobre todo la sociedad o la humanidad.
El hombre es un
error de la naturaleza, una criatura mal hecha, una pasión inútil, como ha
escrito alguna vez Sartre. El enigma no puede ser resuelto. Nosotros seremos
eternamente una cuestión trágica para nosotros mismos.
Según muchos
filósofos desde Platón, la inmortalidad del alma es demostrable. Otros, sin
creer en una demostración estricta, la admiten. Platón dijo una vez que la
respuesta última a esta cuestión sólo podía
darla un dios. Había que esperar
una palabra divina.
Pero esto ya no es
filosofía, sino religión. Nos lleva a un límite en que el hombre contempla en
silencio la oscuridad ya no aclarable racionalmente, es decir, filosóficamente.