Si existe algo o no, es cosa que no puede decidirse por nuestros deseos. Hay que intentar saber.
Es cierto que existe algo; pero cómo son las cosas del mundo es harina de otro costal.
Otros filósofos moderno, opinan que la plena certeza de la existencia del mundo y de las cosas en el mundo no pueden alcanzarse por mero conocimiento, sino que son necesarias las experiencias emocionales, como la angustia, el miedo, el amor y el odio.
Y es que al escepticismo no se le debe dar la menor concesión. La mínima que se le haga, está uno perdido. Y así lo hacen tanto los que niega la evidencia de que existe algo fuera de nosotros como los que dudan de la certeza de nuestro conocimiento y tratan de remediar su insuficiencia por la angustia, el hastío, la rabia o la furia y cosas por el estilo. En ambos casos, el escéptico se agarra al dedo que le tendemos y nos arrastra a la sima en que está él hundido.
El hombre se mueve en el mundo como un ciego a tientas, con raras evidencias o intuiciones claras y con raros resultados seguros. El que creyera que lo sabemos todo completamente y que podemos comunicar todo lo que sabemos cometería una exageración tan grande y tan falsa como el escéptico.