De modo general,
nuestra vida está determinada por la valoración y los valores.
Una vida sin
algunos momentos al menos de pura teoría, de pura contemplación no sería vida
plenamente humana. Sin embargo, la contemplación no lo es todo en la vida, ni
siquiera todo lo que la hace humana. La valoración y todo lo que a ella va
ajeno pertenece también a la vida de manera tan esencial como la teoría.
Tan sencillos y evidentes
como se presentan los valores a nuestro ojo espiritual, la situación se
complica terriblemente apenas intentamos entenderlos rectamente.
Como hay hombres
ciegos para los colores, así hay también ciegos para los valores.
Y de ahí se sigue
que no debemos tener por loco a nadie porque no comprendemos su conducta. Y los
mejores de nuestra raza, los que tuvieron la más lúcida visión de los valores,
han sido regularmente perseguidos por la masa de los ciegos. Y, sin embargo, el
progreso de la humanidad depende de estos mejores, de estos hombres que ven
mejor. Sucede, efectivamente, en los valores que la visión no depende sólo de
la inteligencia, sino, sobre todo, de la voluntad.
Lo que acontece es
que el hombre es o se vuelve ciego para determinados valores.
La luz, la
inteligencia de los valores y la fuerza para realizarlos es lo que más
debiéramos apetecer en esta vida para el espíritu.
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