Sin filosofía,
buena o mala, científica o de aficionado, no pueden en absoluto sostenerse
opiniones o teorías acerca de la sociedad.
Queramos o no,
tenemos que adaptarnos hasta ciertos límites de la moda dominante.
Así la mayor parte
de lo que sabemos lo hemos aprendido de la tradición. Es decir, lo hemos recibido de la
sociedad. Y hasta lo que queremos y sentimos depende ampliamente, en la mayoría de
los casos, de la educación, de lo que siente y quiere ahora la sociedad como
todo.
Solo hay en la
sociedad una cosa, una esencia plena, una substancia: el todo. Los individuos,
los hombres particulares, son sólo partes de esta substancia.
Como la mano del
hombre no es cosa plena en sí misma, sino una parte de la cosa total, del
hombre, así el individuo sólo es una parte de la sociedad.
¿Qué es lo real: el
hombre o la sociedad? ¿Cuál es el fin y cual el medio: el todo o el individuo?
¿Qué ha de sacrificarse a qué? ¿Están, por ejemplo, justificados los campos de
concentración, en que millones de hombre sufren y mueren sin piedad porque así
conviene a la sociedad, o hemos de decir que la sociedad no tiene derecho
alguno sobre nosotros y que los atributos, el servicio militar y hasta las
leyes de policía no están moralmente justificados? ¡Frente a una ficción que es
el estado no tenemos ningún deber!
La sociedad es algo
más que la suma de los individuos; además de éstos, la sociedad contiene
también las relaciones reales entre los hombres y para un fin común.
El bien común es
aquel aspecto del bien particular que no sólo es apetecido en común por los
hombres, sino que sólo en común puede ser alcanzado.
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